Wednesday, February 28, 2007

Fábula del niño del bosque.

Niño, del bosque, solo era una criatura más de este bosque, una criatura que se encontraba en intermedio de las bestias del boscaje y las divinidades; aunque el no contara con los dioses en su vida diaria del bosque, poseía en si, todos los elementos de la divinidad: la gloria, gracia del cielo, y la leve certeza de saber quien era, aunque no lo que era el mismo o actuaba.
El niño tenía dos amigos en el bosque, más que amigos sabios protectores; el Búho y la serpiente, que lo seguían a todas partes, pero no como unos guardaespaldas sino como fieles seguidores de un artista, seguidores de un producto que ha sido testeado y saboreado, ellos sabían que la próxima composición podía ser la mejor, o peor, la última. Entonces seguían al inquieto niño por todas partes, ya que este correteaba de aquí para allá, jugaba con los conejos o nadaba en los riachuelos; y cuando cantaba, todas las criaturas se detenían a escuchar la celestial melodía que parecía que proviniera desde un viento desde el cielo, soplando suavemente como ligera brisa. El bosque proseguía en un solemne silencio cuando el niño del bosque cantaba y todas las criaturas callaban hipnotizadas por el canto proveniente del cielo; hasta la culminación de su obra, que se alargaba cuanto el quisiera todo según el ánimo que tuviera. Al finalizar los únicos que quedaban eran el búho y la serpiente.
Cuando dormía el búho era el encargado de observarlo como el propio hijo de dios, galantemente observaba con sus grandes ojos tan grandes como su insomnio eterno. Un día, al atardecer, el niño comenzó a subir al roble más alto del bosque, hasta su rama más fina y alta, tomándola con todas su extremidades, al ritmo tambaleante de la rama que se mecía con el viento y el propio peso del niño; este se tomó del árbol con toda su fuerza y parecía querer exprimir todo el árbol desde la delgada rama, tomo todo el aire que pudo y lanzó un alarido terriblemente terrorífico y extasiado, como si toda su alma saliera por su boca de una vez, todo quedó en silencio, todas las ratas del bosque y comarca explotaron, todo se detuvo, todo menos el alarido que prosiguió su viaje, pasando la comarca donde se encontraba el pueblo. El pueblo se detuvo horrorizado ante el alarido punzante y el miedo cundió el pánico entre el populacho; ¿Qué sería ese alarido? Nunca habían sentido nada igual y ante el desconocimiento de este sonido desconcertante temieron por ellos mismos, por su prole y sus jardines con vallas, hasta podría romper el orden. La voz de una criatura del infierno! La voz de un demente! Un loco suelto o un asesino….todo era lo mismo, iba contra su vida tranquila y chata de la comarca como el agua de los pozos de donde bebían.
La decisión fue unánime y la voz corrió por el pueblo: Maten a la criatura! Algunos tomaron las antorchas, otros lanzas, tridentes, cuchillos, oses y todo objeto punzante que lastimara. La masa enardecida fue directo al bosque desde donde provenía tal alarido bestial que había matado a las ratas de sus establos. Los pueblerinos se adentraron en el bosque y todos los animales del mismo se disiparon, las antorchas iluminaban todo como al infierno en llamas y a las gentes les exaltaba la sangre, pidiendo justicia por mano propia. Cuando escucharon un aullido detrás del roble más alto y grande del bosque, todos corrieron detrás de la imaginaria bestia que en bestia a ellos había convertido, en eso dieron la vuelta al roble magnánimo y ven a un niño de rizos grandes marrones y grandes ojos brillantes, blanco como la nieve, rodeado de un búho y una serpiente roja, negra y blanca; no emitieron sonido alguno y miraban como se disponía esa escena de cuentos bíblicos. El niño tomó aire profunda y lentamente, entonces sacó de su ser la nota más suave y apacible que jamás habían escuchado, la nota era dulce y sabia, emanaba una paz tan profunda como nunca antes habían experimentado; la agitación había culminado y todos se sentaron, las lágrimas comenzaron a caer de las gentes, todos comenzaron a ver su propia ineptitud de que algo raro no debía ser maligno; era raro si esa criatura, pero tal sonido era benevolente, provenía de el cielo y los dioses le habían enviado a el niño con su don; raro era especial ahora en su don, en su forma de irradiar paz y alegría de esa que te lleva al llanto; no lo entendían, pero tampoco debían entender nada, como no entendían a sus dioses tampoco. El canto apacible y alegre proseguía, la gloria corría por sus venas ahora, era lo más cerca que habían estado de dios y de el cielo, los llantos de alegría seguían emanando de sus ojos y agradecidos de por vida, por esa alegría desbordante y paz solemne se fueron apaciblemente a su pueblo mientras el canto proseguía intocado.
Las semanas siguientes arribaron al bosque todo tipo de ofrendas al niño del bosque, oro, plata, joyas, panes y frutas, las ofrendas quedaban intactos en el mismo roble y nunca más vieron al niño de dios y poco a poco dejaron de volver al bosque. En unos años fue solo un mito. El niño nunca tomó las ofrendas porque no las necesitaba, tenía todo eso y más en el bosque, solo necesitaba al búho, a la serpiente, los frutos del bosque y esa gran y desbordante alegría que emanaba naturalmente de el, como el torrente de agua que emana del río, solo si y solo así, abundantemente.

3 comments:

vinilica vegana said...

tenía la leve certeza de saber quien era...

con eso ya es suficiente, al menos para mi

no todo el mundo se anima a estar lo suficientemente cerca como para escuchar una melodía

saludos

Anonymous said...

volás

Juanjo Montoliu said...

Toda fábula tiene su moraleja.
¿Cuál es la de ésta?

Saludos, Mauro